jueves, 19 de enero de 2012

Los Pecados de Simón

Debo confesar que la atracción que me generaba Simón ya no es la misma que antes. Quizás fue como todo, cuando uno se hace adulto y lo inunda esa imprecisa conciencia de que hay "cosas más importantes que hacer". O la vaga noción de que uno quiere otras cosas... pero no tiene la suficiente fuerza como para conseguirlas. Que siempre uno termina siendo lo que otros quieren que uno sea, hasta que se convence de que no existe nada más, de que eso fue todo, gracias por participar. 
Ya no vivo cerca de Simón, pero tomé el metro un día sólo para verlo, cansado de esta sensación de querer hacer algo y no tener siquiera el deseo de levantarse de la cama y hacerlo. Ahí estaba Simón, como siempre, sentado en la vereda, mirando la acera con detenida atención, como esperando que el pavimento de pronto se abriese o se esfumase frente a sus ojos. Empezó a dibujar con el dedo índice una forma indistinguible sobre el cemento, hasta que me miró... Y podría jurar que en sus ojos vi cierto regocijo, como si me reconociera y se alegrara de verme de nuevo. Su expresión cambió rápidamente y empezó a recitar, como siempre:

He pecado, como un sueño
que se hace realidad.
He pecado como carne que se quema,
como un santo que se calla,
como cielos que se cierran.
He pecado con la lengua, con los ojos,
con la boca.
He pecado con instinto, voluntad y consentimiento.
He pecado con tu pelo
que se enreda en mis entrañas,
y he pecado con la muerte,
que predica en tus silencios.
He pecado, ya no siento.
He pecado y me estremezco.
Salta mi carne entera
cuando oye tus quejidos
y se envenena mi sangre
con los vapores de tu aliento.
He pecado y no hay castigo
más que el tuyo, más que el mío.
He pecado de conciencia, de palabra, 
de omisión.
Ya no te amo, ni te amaré.
Ya no eres mía.
Todo lo que quise ya no está;
no queda nada más que amar.
Y he pecado al sorprenderme
que ya no queda nada
que me haga pecar.

¿Quién eres, Simón? ¿Por qué siempre en tus palabras hay algo que me identifica, que me hace pensar que somos uno, que eres parte de mí y que yo soy parte de ti? ¿Que, en el fondo, no soy más que un vagabundo que se enorgullece de no tener nada? Tendré que visitarlo más seguido, quizás. Hasta que nos confundamos. Hasta que me convierta en ti, Simón; al fin. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario