martes, 5 de julio de 2011

La Nostalgia de Simón

En general, Simón no tiene gestos o actitudes que demuestren particularmente su estado de ánimo. Es una de aquellas personas que puede estar molesta o tranquila, pero siempre se le nota pasivo. Sólo puedo notar cómo se siente, dependiendo de los versos que lanza al aire. Pero aun así, no puedo notar si está enojado, enrabiado, o simplemente resignado a su suerte. Si arde de ira, o muere de pena. Es raro que una persona tan expresiva, pueda a la vez ser tan inefable. Uno imagina que los poetas son personas que andan por la vida recitando como canarios, que se visten y se comportan de un modo diverso, porque así se supone que es un poeta. Que existe un paradigma de poeta; el que se expresa con facilidad, que tiene el verso a flor de piel, que todo lo dice de una forma extraña, que es incapaz de comportarse como el resto de los seres humanos que transitan por la vida esperando la muerte. Que sufre, se regocija, se enamora, odia, de una forma particularmente notoria. Pero, mirando a Simón, creo que he aprendido cómo se ve realmente un poeta. Que perfectamente un vagabundo apestoso puede ser un poeta, así como un abogado de cuello y corbata. El poeta no responde a estereotipos. El poeta es poeta en su propia alma, en su propia intimidad. Y aunque parezca extraño, es celoso de ella. El poeta explota, no predica. El poeta ama y sufre, pero no llora. El poeta no hace poemas para hacerse interesante. El poeta es poeta porque siente. Simón podrá parecer un individuo que no siente nada. Pero ese imperio del que siempre habla vive dentro de él. Lo veo en sus ojos a veces, y es lo único que puedo ver. Lo demás también lo siento, cuando lo oigo, a veces. Lo estoy entendiendo... Sé que Simón no es Neruda, y nunca lo será. Pero sé que habla con el alma, no con la boca. Y ayer sentí su nostalgia:

Si pudiera verte, al menos una vez
te diría
que no caben lógicas en la agonía,
que no caben lágrimas en los deseos,
que soy un monumento de ironías,
que soy un implacable error del viento.

Si pudiera verte, si pudiera;
si te hicieses carne de mi carne, 
como lo fuiste un día, hace algún tiempo.

Si pudiera hablarte, si pudiera olerte,
mi pétalo celoso, mi cicatriz, mi escarmiento.
Cantarte la canción que me pediste,
sobre pasados lejanos y presentes
que no tienen ya recuerdos.

Salté exiliado de tu alma a la mía,
y vivo en las trincheras de tu suerte
y no me queda nada, ni las ansias,
aunque quisiera verte, sólo verte.

Te tuve pasajera entre mis huesos,
respiré de ti, de tu amargura,
de tu espesor inaudito, tus silencios,
del cadáver mortecino de sus besos.

Respiraré en ti de nuevo, quizás, mi amor;
y me asfixiaré en tu vientre una vez más.
Como en el mar profundo en el que inmerso
oscuro y solo espero...
Oscuro y solo.


Algo en su forma de hablar me conmovió profundamente, casi al punto del llanto. Sentí cómo la garganta se me apretaba, casi peligrosamente. Lo vi tan triste, tanto... Aunque después de hablar, sólo se dedicó a hacer lo mismo de siempre: buscar basura, como si nada. Encontró un pedazo de pan, lo olió, hizo un gesto de asco y se lo lanzó al Elvis, que lo observaba atento, quizás esperando eso mismo. Quise hablarle, pero, ¿qué podía decirle? ¿Que lo entendía? Ni siquiera tengo certeza de que se percate de mi presencia. Así que me fui, sintiendo algo extraño en el pecho. No sé qué era... pero era algo.