jueves, 24 de marzo de 2011

La Conciencia Global de Simón

Hacía tiempo que no veía a Simón, desapareció por un rato. Me estaba preocupando un poco. Incluso llegué a pensar que se había recuperado de su locura y se había ido a pasar sus días en una cabaña en el Lago Llanquihue, junto con sus hijos y nietos. Siempre he pensado que Simón debe tener un pasado aristocrático, o algo por el estilo. No lo sé. Algo en la forma en que habla, en que se mueve; en que toma a veces los pocos cigarrillos que alguien le regala, y se los fuma lentamente, con elegancia, como componiendo canciones de humo con cada bocanada.
Apareció de nuevo hace poco, sentado en la misma esquina de siempre, acompañado de un perro shar-pei, de esos arrugados que parecen orugas, que se escapó de su casa y anda vagabundeando, igual que Simón. Es como si compartieran destinos, lo cual no deja de tener cierta ironía. Simón leía un diario con la actitud de un señor que está sentado en un café de la plaza, o en un sillón del Club de La Unión, que ojea la sección de Negocios mientras se fuma un habano. Una foto de una inmensa ola arrasando con todo deslumbraba en la portada. 
Y fue entonces cuando me di cuenta de que Simón efectivamente tiene conciencia, particular y global. Dejó de leer un momento, se quedó pensando, y empezó a decir:


Siento que el mundo se acaba, como se acaban las cosas
que no tienen corazón.
Como se acabó la locura
de nuestros recuerdos.
Como se acabó la ignorancia
de nuestra tristeza.
Saldrías inmune al fin, o impune, quién sabe,
volando como un cohete que no espera al aire.
Siempre te quise, es cierto,
como se quiere a las cosas
que nunca se acaban
pero se acaban.
Te terminaste un día como energía solar,
átomos de indiferencia sacudieron mis cielos.
Reventaste un día como bomba marina
y te llevaste todo.
Todo.
Y ahora el mundo se acaba, como se acaba una ópera;
y ahora mis sienes saltan
prediciendo la muerte.
Moriremos todos, iremos al cielo
para caer de nuevo.
Siento que el mundo se acaba,
como se acaba el lamento;
como se apagó tu risa
bajo la lluvia de tu pelo.
Dame algo de tus lágrimas
para enfriar mi alma
y evitar que estalle
y destruya el mundo.




Dobló el diario y lo guardó a un costado. El perro lo observó todo el tiempo, mientras hablaba, y parecía asentir, como compartiendo el sentimiento. Luego ambos cerraron los ojos, y se quedaron dormidos.