martes, 28 de junio de 2011

Los Sueños Grises de Simón

Ayer vi que unos feligreses de la iglesia del lado estaban con Simón. No dudo de sus buenas intenciones; estaban sentados a su lado, una mina bien bonita y un tipo bien vestido, jóvenes, hablando con él mientras le ofrecían un café. Bien, me dije, así hay que ganarse el cielo. La niña llevaba una biblia en la mano, y parecía conversar sólo con el muchacho, porque Simón no hacía más que mirar su café y el suelo. Me quedé mirándolos y ella me echó una mirada fugaz, como precaviéndose de que no hubiese algún ladrón o violador mirándolos, y luego siguió hablando con el muchacho. Está bastante bien, pensé, con este lenguaje del que a veces me avergüenzo pero que es mío, lo quiera o no. Es que estando al lado de Simón, parezco una rata analfabeta. Perdí de vista a Simón y la seguí mirando a ella. De pronto, ella se volteó y me observó fijamente, mientras el muchacho buscaba algo en un bolso. Quizás le había llamado la atención que tuviera el celular extendido, esperando el discurso de Simón; así que me lo puse a la oreja, simulando hablar. La intensidad de sus ojos negros me provocó un escalofrío. Me sonrió... Y entonces Simón la tomó del brazo, en un movimiento ágil, pero delicado, y empezó a hablar:

Como una estela de sueños grises.
Así sueño.
A veces contigo, a veces con todos,
a veces con la insaciable certeza
de no saber lo que quiero.

Como un certamen de sueños grises,
uno tras otro, cruzando la calle
como pasiones salvajes,
como héroes de bruma.
Siento que todo puede ser mejor, cuando es peor.

No son más que sueños grises. Impuras ilusiones.

Tres reyes magos y una estrella dorada
y el tiempo de pronto se acaba, y comienza.
Y tengo la irremediable sensación de que soy nada.
Vivo y olvido. Dejo vivir. Y olvidar.

¿Quién soy yo para convencerte? ¿Para amilanarte?
¿Quién, para aniquilar la tranquila pasividad,
la inocente indolencia,
la paciente ignorancia?

No habría mundo. No existirías.

Así que te cuido, sin que lo sepas.
Soy pastor de tus sueños.
¿Debo odiarte, debo amarte,
dejarte escapar como un insulto?
Finalmente sabrás lo que sé, aunque nadie te lo diga.
No tengo que castigarlos.
Esa es tarea de Dios.

No pude identificar el sentimiento en la mirada de la mujer, mientras Simón hablaba. Era una especie de impavidez incrédula y admiración violenta. Cuando terminó, él la siguió observando fijamente, con la mano ligeramente posada sobre su antebrazo, y ella lentamente empezó a incorporarse, sin cambiar de expresión. Creo que también estaba un poco asustada. El muchacho sólo observó la escena con cierta sorpresa, y luego ambos rieron nerviosamente y le dijeron "hasta luego", y se fueron. Ella se dio vuelta para observarlo, y de paso también a mí. Sonrió de nuevo, y yo sonreí de vuelta. Y Simón... No estoy seguro, pero creo que sonrió también. Aunque no sé bien por qué.

martes, 21 de junio de 2011

Los Fantasmas de Simón

Aproveché un lapsus en que fui al supermercado sin apuros, y me encontré con Simón. Estaba recogiendo basura, de una forma un tanto divertida; parecía un cocinero probando su comida, un agricultor seleccionando la cosecha. Actuaba con la meticulosidad de un cirujano. De pronto, se echó hacia atrás violentamente, llevándose las manos a la cara. Me di cuenta de que se había encandilado con un pedazo de espejo que alguien echó a la basura. Lo recogió y observó su reflejo por un segundo, sin siquiera prestarme atención. Preví que empezaría un discurso, así que me acerqué con el celular preparado.



La sonajera del destino
palpita sórdida y pasajera
como los latidos de tu vientre
cuando me deseas.

A veces sueño con estrellas,
me encandilo. Y lloro.

Una vez dijiste que todo se acabaría, aunque ninguno lo quisiera.
Y que al final saldrán los perros,
blancos de ira, rojos de fuego,
salpicando el cemento de tu rostro,
abriendo cauces de odio.
¡Y cómo los odio, salvajes, aullidos atroces que no cesan
como la indolencia de tus lágrimas,
como la estridencia de tu silencio!

El olor a infinito lo llena todo, todo,
con un hedor maligno, como tu sangre.
El ataúd de piedras que enterraste en mi alma
congelado resuena, como fantasma errante.
Y así ando, extraviado,
arrastrando tu acero;
lamentando mi suerte, payaso de la noche,
minero del vacío, patrón de los desiertos,
emperador del frío.
Saltando por las grietas de este dolor artero,
esquivando los dardos que salen de tus labios,
para clavarse en mi vientre
cada vez que te veo.

Serás mi reina en el reino del odio, algún día.
No te veré nunca más, amor.
Sólo sabré de ti
cuando estés muerta.

Como siempre, no pude dejar de sentir escalofríos. Al final su voz se transformó casi en un pregón, como si estuviese dando un discurso. Pero de pronto se quedó callado, así, sin más. Y siguió recogiendo latas y cartones. El Elvis empezó a ladrarle a unos escolares que andaban en skate por el parque. Y yo me alejé, sin decir nada más. Aproveché de dejarle dos panes en la esquina, por si le daba hambre.

lunes, 20 de junio de 2011

La Globalidad de Simón

No sé si Simón será un ser global, en el sentido de que antes, más joven o más cuerdo, viajaba mucho por el mundo o tenía mucho contacto con personas de otros países o culturas. Puede ser, la verdad. Da la impresión de que Simón fue -y podría todavía ser- la clase de persona que no se conforma con conocer lo que tiene a su alrededor. El tipo de gallo insatisfecho con sus propias fronteras, que constantemente busca conocer otras realidades porque piensa que la propia es insuficiente. Sí, es una actitud un tanto snob, no sé cómo definirlo; algo que Los Prisioneros ya catalogaron como repudiable cuando cantaban "Por qué no se van". Y quizás estoy hilando muy fino, no lo sé. ¿Qué tiene de malo este país, o tu barrio, o tu familia, o tu polola, que constantemente quieres mudarte a otro lado y conocer a otra gente? O quizás sea que simplemente a uno le atrae aquello que es diferente, sin ninguna otra pretensión. Bueno, no sé si Simón es de la clase de gente que describo, si cae en este "vicio", o es víctima de esta "insatisfacción". Sólo sé lo que pude oír:


Cruzaste el mar un día
como marea asesina.
Naciste del terremoto de mi alma y mis huesos.
Habitabas el cielo pálido
hasta que se hizo rojizo.
Te desprendiste de mis recuerdos y te diste a la fuga.
A tu siga floto, nube salvaje,
pero no puedo alcanzarte.

Deja caer en mí la lluvia ácida de tus cabellos
y abriré la boca y los ojos al cielo
esperándote.

Eres como glaciar que se desprende de mi pecho;
como la tierra indómita en el polo oscuro de mis besos,
donde se congelan los mares que de mí se escabullen,
donde la soledad muere 
en la desesperanza misma.

Ni siquiera la soledad la tengo.
Ni siquiera un naufragio de tristeza.
Ni el desamparo se queda para enfermarme.
Te llevaste todo lejos, marea asesina.
Te lo llevaste a otra costa, a otro extranjero,
para seguir destruyendo los poblados de sus sueños.

Declararé la guerra contra el amor y la vida, algún día.
Cuando al fin recupere el imperio de mi odio.

Mientras, arrasarás con todo, 
maremoto dorado.
Y en otra lengua dirás
que nada queda.

Creo que vi una lágrima surgir del ojo izquierdo de Simón. Pero brilló por un segundo bajo el tibio sol de invierno, y se esfumó de inmediato. ¿Por qué siempre la poesía debe ser triste?, me pregunté. ¿Por qué será que siempre la tristeza nos inspira? ¿Por qué será que del alma de Simón todo lo que emana es triste? ¿Será el alma de Simón parecida a mi propia alma, al alma de todos? Como si viviésemos bajo una tormenta que no puede sorprendernos desabrigados. Quise preguntarle a Simón, pero se había quedado dormido. O al menos eso parecía.