martes, 21 de junio de 2011

Los Fantasmas de Simón

Aproveché un lapsus en que fui al supermercado sin apuros, y me encontré con Simón. Estaba recogiendo basura, de una forma un tanto divertida; parecía un cocinero probando su comida, un agricultor seleccionando la cosecha. Actuaba con la meticulosidad de un cirujano. De pronto, se echó hacia atrás violentamente, llevándose las manos a la cara. Me di cuenta de que se había encandilado con un pedazo de espejo que alguien echó a la basura. Lo recogió y observó su reflejo por un segundo, sin siquiera prestarme atención. Preví que empezaría un discurso, así que me acerqué con el celular preparado.



La sonajera del destino
palpita sórdida y pasajera
como los latidos de tu vientre
cuando me deseas.

A veces sueño con estrellas,
me encandilo. Y lloro.

Una vez dijiste que todo se acabaría, aunque ninguno lo quisiera.
Y que al final saldrán los perros,
blancos de ira, rojos de fuego,
salpicando el cemento de tu rostro,
abriendo cauces de odio.
¡Y cómo los odio, salvajes, aullidos atroces que no cesan
como la indolencia de tus lágrimas,
como la estridencia de tu silencio!

El olor a infinito lo llena todo, todo,
con un hedor maligno, como tu sangre.
El ataúd de piedras que enterraste en mi alma
congelado resuena, como fantasma errante.
Y así ando, extraviado,
arrastrando tu acero;
lamentando mi suerte, payaso de la noche,
minero del vacío, patrón de los desiertos,
emperador del frío.
Saltando por las grietas de este dolor artero,
esquivando los dardos que salen de tus labios,
para clavarse en mi vientre
cada vez que te veo.

Serás mi reina en el reino del odio, algún día.
No te veré nunca más, amor.
Sólo sabré de ti
cuando estés muerta.

Como siempre, no pude dejar de sentir escalofríos. Al final su voz se transformó casi en un pregón, como si estuviese dando un discurso. Pero de pronto se quedó callado, así, sin más. Y siguió recogiendo latas y cartones. El Elvis empezó a ladrarle a unos escolares que andaban en skate por el parque. Y yo me alejé, sin decir nada más. Aproveché de dejarle dos panes en la esquina, por si le daba hambre.

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