lunes, 20 de junio de 2011

La Globalidad de Simón

No sé si Simón será un ser global, en el sentido de que antes, más joven o más cuerdo, viajaba mucho por el mundo o tenía mucho contacto con personas de otros países o culturas. Puede ser, la verdad. Da la impresión de que Simón fue -y podría todavía ser- la clase de persona que no se conforma con conocer lo que tiene a su alrededor. El tipo de gallo insatisfecho con sus propias fronteras, que constantemente busca conocer otras realidades porque piensa que la propia es insuficiente. Sí, es una actitud un tanto snob, no sé cómo definirlo; algo que Los Prisioneros ya catalogaron como repudiable cuando cantaban "Por qué no se van". Y quizás estoy hilando muy fino, no lo sé. ¿Qué tiene de malo este país, o tu barrio, o tu familia, o tu polola, que constantemente quieres mudarte a otro lado y conocer a otra gente? O quizás sea que simplemente a uno le atrae aquello que es diferente, sin ninguna otra pretensión. Bueno, no sé si Simón es de la clase de gente que describo, si cae en este "vicio", o es víctima de esta "insatisfacción". Sólo sé lo que pude oír:


Cruzaste el mar un día
como marea asesina.
Naciste del terremoto de mi alma y mis huesos.
Habitabas el cielo pálido
hasta que se hizo rojizo.
Te desprendiste de mis recuerdos y te diste a la fuga.
A tu siga floto, nube salvaje,
pero no puedo alcanzarte.

Deja caer en mí la lluvia ácida de tus cabellos
y abriré la boca y los ojos al cielo
esperándote.

Eres como glaciar que se desprende de mi pecho;
como la tierra indómita en el polo oscuro de mis besos,
donde se congelan los mares que de mí se escabullen,
donde la soledad muere 
en la desesperanza misma.

Ni siquiera la soledad la tengo.
Ni siquiera un naufragio de tristeza.
Ni el desamparo se queda para enfermarme.
Te llevaste todo lejos, marea asesina.
Te lo llevaste a otra costa, a otro extranjero,
para seguir destruyendo los poblados de sus sueños.

Declararé la guerra contra el amor y la vida, algún día.
Cuando al fin recupere el imperio de mi odio.

Mientras, arrasarás con todo, 
maremoto dorado.
Y en otra lengua dirás
que nada queda.

Creo que vi una lágrima surgir del ojo izquierdo de Simón. Pero brilló por un segundo bajo el tibio sol de invierno, y se esfumó de inmediato. ¿Por qué siempre la poesía debe ser triste?, me pregunté. ¿Por qué será que siempre la tristeza nos inspira? ¿Por qué será que del alma de Simón todo lo que emana es triste? ¿Será el alma de Simón parecida a mi propia alma, al alma de todos? Como si viviésemos bajo una tormenta que no puede sorprendernos desabrigados. Quise preguntarle a Simón, pero se había quedado dormido. O al menos eso parecía.



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